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MEDIO SIGLO EN UNA TAREA TITÁNICA EN PRO DE LA CULTURA: MÁS DE 5 MIL PIANOS RESCATADOS Y RESTAURADOS

Actualizado: 2 abr 2023


Por Alma Elena Gutiérrez Leyton*

Fotos Omar López Gutiérrez y Camila Blanco Amaral**


Su vida ha sido una cruzada quijotesca.

Hace cincuenta años, cuando descubrió que en Monterrey nadie vendía pianos, tuvo la epifanía, y armado solo con su juventud y su determinación, se subió a su camioneta, cruzó la frontera e inició lo que ha sido su vida desde entonces: rescatar pianos que la gente ya no quiere para darles una nueva vida en manos de gente que los aprecie.


Héctor Treviño Almaguer pensaba que, si se acercaba con el que en ese entonces era el único vendedor de pianos, sería más fácil, pero cuando le planteó su idea de comprar en Estados Unidos para vender a precios bajos, la esposa de aquel señor se enojó:


Le ofrecí venderle a él nada más. Su esposa, de muy mal carácter, me regañó porque me dijo que eso iba a abaratarlos y ella quería seguir ganando dinero vendiendo caro.


Entonces, la segunda opción fue reunir a varios técnicos, a quienes les pidió que le ayudaran a vender barato, pero esa estrategia tampoco surtió efecto.


A los técnicos y a mí nos dio mucho gusto hacer llegar a la gente pianos baratos. Lo traíamos ¡y se vendían en la camioneta!, ni siquiera alcanzábamos a bajarlos; hasta la gente nos decía “¿no serán robados?”, porque los precios eran muy económicos.


¡Pero no!, eran bien legales. Detrás de cada instrumento estaba una historia de trabajo, investigación y búsqueda. De intensos recorridos por diversas ciudades de Texas para encontrar los pianos que la gente ya no quiere. No importaban las inclemencias del desértico clima texano; iban de Mission a Dallas, de Laredo a Houston, de Austin a Corpus Christi, hasta que cumplía su meta de traer por lo menos dos cada semana.



Una vez localizados, los traía a su taller para repararlos, restaurarlos y darles una nueva vida, no solo como un instrumento musical, sino como una estrategia de fomento a la cultura, para que todas las personas que desearan un piano lo pudieran comprar a un precio accesible.


Algunas veces los pianos tenían piezas rotas, las teclas no bajaban o no regresaban, o simplemente estaban llenos de polvo; y con paciencia casi devocional, don Héctor los limpiaba, cambiaba las piezas y los dejaba como nuevos.


Hace poco hicimos cuentas, y eran dos por semana. A veces eran más, pero si lo dejamos en dos, serían más de 100 por año. Pueden ser alrededor de 5 mil pianos en estos cincuenta años. Ningún presidente de ningún país de mundo ha ayudado así a la cultura de su país.


Llevé pianos a Baja California, a Veracruz y a la Ciudad de México. Un día mandé uno a Los Ángeles con un señor que quería irse de vacaciones para allá, entonces él arregló que, si les llevaba el piano, la familia le daba hospedaje para que se quedara de vacaciones, ¡y se quedó un mes con la familia!, cuenta mientras sonríe al recordar la anécdota.



La crisis de la pandemia y el acaparamiento

Cuando la situación se empezó a poner difícil, acordó con los puesteros de las pulgas texanas que fueran ellos quienes, en sus recorridos por Houston, Dallas y San Antonio, localizaran y compraran los pianos y se los entregaran en la frontera. Ahí, él los recogía y se los traía en su camioneta.

Pero la pandemia terminó de empeorar las cosas.

No se podía pasar al otro lado y no pudo seguir yendo.


Un comerciante en San Antonio compró todos los pianos que se vendieron en Texas y los guardó. Cuando acabó la pandemia, él los tenía todos y los empezó a vender caros. Les subió el precio y era impensable comprárselos, porque no se podrían dar baratos en Monterrey.


Don Héctor, a quien muchos conocen también como “El señor de los tréboles”, lamenta que no haya apoyo gubernamental para la cultura, y que a pesar de que en México no existe ni una sola fábrica de pianos, no se les permita traerlos para cumplir el sueño de muchos músicos y aspirantes a músicos, de tener un piano en casa.


Desgraciadamente los mismos aduanales ponen trabas. Por ejemplo, en diciembre, dijeron que no iban a dejar pasar nada que fuera de madera. Los cuestioné, pero no se convencían. A veces tenía que pasarlos por otra ciudad. Yo los pasaba por Laredo, pero ahí ya no me dejaban, tenía que irme a Colombia o a otras aduanas, y todo eso encarece el traslado. ¡Al gobierno la música no le importa!


Incluso a nivel popular, la gente no valora lo que representa la cultura, y a ello se ha enfrentado continuamente durante esas cinco décadas:


Había un señor en Sabinas Hidalgo -una población entre Monterrey y Nuevo Laredo- que cuando me veía pasar seguido por esa carretera y me preguntaba “¿qué vendes”, y yo le decía ¡cultura! y se burlaba.



Muchos de los estudiantes que han usado mis pianos se han convertido en concertistas, o en solistas, pero esa parte de la historia no la conozco porque muy pocas personas se regresan a contármela. Se acaba de ir una señora que me dijo “¿no se acuerda de mí?”. a ella le vendí varios pianos, pinturas una vitrina.


Ha pasado una cosa muy curiosa, las pinturas no se venden. Tengo toda la pandemia que no se ha vendido un solo cuadro. ¿por qué? No sé y los pianos muy despacio. Aquí viene un maestro de piano que tiene muchos cuadros hechos a lápiz -dice señalando una de las paredes, de la que cuelgan las obras-, toca y pinta, y ninguna se ha vendido, aunque están muy buenas.


De la indepe al centro de Monterrey

Héctor Treviño estudió en la Secundaria 2 en la colonia Independencia, “pero creo que ya le cambiaron el número o el nombre”, dice al recordar que en su juventud vivía por aquellos rumbos y posteriormente se instaló en Diego de Montemayor y Treviño, en pleno centro de la ciudad. Actualmente, y por más de treinta años ha estado en Modesto Arreola 1782 Poniente.

Mucha gente que lo busca allá en su anterior ubicación lo localiza aquí porque otros dan las referencias.


Su casa, que parece una galería/taller, con paredes cubiertas con dibujos y pinturas, muebles antiguos en proceso de restauración, y sobre todo, varios pianos esperan a su siguiente dueño, era un espacio que a fines del siglo pasado era centro de reunión de artistas y bohemios, que pasaban largas veladas.


Todos han muerto, excepto dos, que todavía están por aquí, pero ya no nos reunimos. Tomábamos cerveza, -dice mientras ríe-. Se han ido muriendo. No hubo nuevas generaciones que se integraran, porque los nuevos ya no entendían de qué se hablaba.


Es como si diera a un ser en adopción

Los rescatadores de animales y plantas se sentirán identificados. Muchos de ellos rescatan a un animal y tras su custodia se encariñan y se quedan con él. Otros, se cercioran de que sea una adopción responsable.

Lo mismo le sucede a don Héctor.

Escoge las marcas. Sus preferidos son los Baldwin, sobre todo si son de la época en que se hacían en Estados Unidos, pues igual que ha sucedido con muchas grandes empresas, ahora es china. Cuando reata el momento de separarse de una pieza especial, las lágrimas asoman y su voz se quiebra:


Los Baldwin es la marca que más me gusta. Tenía uno muy bonito, pero muy bonito. Se lo acaban de llevar, ¡me duele venderlo!


Algunos clientes son especiales, o recurrentes.


Recordé a esta señora que se acaba de ir porque le vendí una vitrina que tenía los vidrios curvos y se iluminaba al pasarle la mano. Me dijo “tengo que medir a ver si cabe porque le quiero poner unos santitos encima”, se fue a medir y regresó para llevársela. Me dijo “solo le sobraron tres centímetros”, y se acaba de llevar otro piano para una nieta. Es el tercero que me compra.


No es el único con este celo.

Cuenta que uno de sus amigos afinadores le vendió un piano de cola a un sempiterno funcionario de la seguridad pública en Nuevo León y esta vez que fue a afinarlo ¡se lo quería recoger porque no lo trataba bien!


Mis pianos y don Héctor

Quise escribir una semblanza de Héctor Treviño Almaguer, porque hace casi treinta años compré con él el primer piano que tuvimos en casa.


En aquel tiempo, Hugo Alberto, mi segundo hijo, que estaba en su más efervescente etapa musical quería un piano, y ajena a ese campo, busqué como todo el mundo lo hacía, en los Avisos Económicos de El Norte, que en ese tiempo era el periódico en el que todo se anunciaba, lo mismo un coche que un refrigerador o servicios técnicos y profesionales.

Y así di con él.


Precisamente fue un Baldwin que sonaba precioso. En excelente estado y a un precio que estaba en mis posibilidades: siete mil pesos.


Mi amiga, Verónica Salinas, acababa de comprarse un Yamaha nuevo y había pagado por él más de 20 mil pesos, así que me sentí la más afortunada con este hallazgo.


Este Baldwin está ahora en manos de mis nietas Mily y Emma, aunque me aguante los regaños del maestro afinador Arnulfo Rendón, quien ya quiere recogerlo porque “no le han hecho las afinaciones a las que estaba acostumbrado cada seis meses”.


En mi eterna etapa de estudiante musical, volví con don Héctor porque quería un piano, ya que el Roland eléctrico no tenía ese sonido que solo los de pared.

Fer, mi nieto, resultó beneficiado, porque ahora aprende en ese teclado y, por lo menos, hasta ahora, parece que le es suficiente. Ya me dirá Valeria Barba -su maestra-, cuándo necesita pasar a uno de verdad.


Esta vez, el maestro Arnulfo me ayudó a escogerlo y me decidí por un Wurlitzer. “La máquina está muy buena y las cuerdas, impecables”, me dijo. Y sí, el piano suena maravillosamente bien.


Así, treinta años después, volví a ese local que había tratado de encontrar infructuosamente, solo de memoria -con un mi mal sentido de ubicación-.




Porqué es el señor de los tréboles

A don Héctor, algunos le llaman El señor de los tréboles, porque tiene un abundante cultivo de esta leguminosa, con la particularidad de que tienen cuatro hojas.

Cada cliente recibe el regalo de una hoja de trébol de cuatro hojas enmicada y en muchos casos, la toman como un amuleto de la suerte.

Ahora tengo dos: una que me dio con el primer piano hace treinta años y otra con el nuevo Wurlitzer.


*Alma Elena Gutiérrez Leyton es doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la UNAM (2004, mención honorífica). Es investigadora nacional nivel 1 (SNI/CONACYT). Actualmente es profesora investigadora de tiempo completo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Es formadora de periodistas e investigadores y divulgadora cultural y científica. Estudia música en la Facultad de Música de la UANL.


Omar López Gutiérrez y Camila Blanco Amaral son creadores audiovisuales.Fudaron y dirigen Io Creative, Agency, empresa de producción audiovisual en Monterrey, N. L.

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6 Comments


rosybf63
Mar 30, 2023

Qué bonita historia

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Alma  Gutierrez
Alma Gutierrez
Mar 30, 2023
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Sí, Rosy. Es admirable, y mucho más, porque sigue realizándola.

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soyvaleriabarba
soyvaleriabarba
Mar 14, 2023

Que hermoso leer acerca de personas que en lugar de sacar provecho, tratan de impulsar y facilitar la cultura musical en nuestra ciudad. Mil felicidades Alma, leerte alegra mi ser💕

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Alma  Gutierrez
Alma Gutierrez
Mar 15, 2023
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Muchas gracias, Vale. Sí, son como un oasis en esta vorágine urbana.


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Karolina Okolova
Karolina Okolova
Mar 14, 2023

Qué bello relato!

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Alma  Gutierrez
Alma Gutierrez
Mar 15, 2023
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Muchas gracias, Karo. Un abrazo cariñoso.

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