NO PLATIQUES ENCIMA DE MÍ
Actualizado: 20 jul 2023
Por Alma Elena Gutiérrez Leyton*
Adriana es la mejor podóloga que haya conocido; podría decir que la mejor que existe sobre la faz de la tierra, pero sonaría un poco exagerado.
Lo cierto es que cada vez que me enojo con ella (de lo cual nunca se ha dado por enterada), he tenido que recorrer las más larga lista de las sucursales de las cadenas ubicadas en las plazas comerciales, y uno que otro consultorio privado.
En algunas de sucursales de las cadenas he querido salir corriendo a medio tratamiento, al enterarme de que, quienes atienden, no están preparadas para ello; unas eran dependientes de una tienda, otras, planchaban camisas, y alguna más, estudió belleza, pero ninguna la carrera técnica de podología.
[Es loable y meritorio; pero cuando de un servicio especializado se trata, prefiero ser atendida por alguien que se certificó en una institución educativa y que obtuvo un título de enfermera podóloga o técnica podóloga].
El sábado pasado volví a atenderme con Adriana, y además del tratamiento podológico me ofreció un masaje reflexológico que he vuelto a repetir esta semana, una vez que me di cuenta de la tensión que estaba acumulada en mis pies. Eso suele suceder a quienes -como yo- impartimos cursos o talleres y permanecemos de pie por varias horas.
Pero esta entrada del blog no tiene la intención de promocionar a Adriana -aunque gustosa le proporciono sus datos a quien lo requiera-, sino analizar un problema de comunicación que es el motivo de mis intermitentes enojos con ella.
No es una situación que solo haya identificado en ella; lo he experimentado como paciente de mi dentista y sobre todo, al observar personal de limpieza de los baños en los aeropuertos.
Se supone que atender nuestros pies debería generar relax, y realmente así es... mientras Adriana no seleccione alguna tragedia -personal o ajena- para relatar con tanta vehemencia que detiene sus manos, como si hablar le impidiera continuar con su trabajo manual.
En el caso de mi dentista, en la sesión de la semana pasada me receté la actualización de su agenda, que su asistente le comentaba por encima de mí; mientras una me aplicaba una resina, y la otra sujetaba el succionador. A los pormenores de su agenda siguió una explicación para su becario sobre una técnica que estaba aplicándome. Me sentí como paciente del seguro social, donde todos los pasantes y residentes pasan a revisar al pacientecomo parte de su proceso de formación, aunque pagar la cuenta evidenció lo que ya sabía: que era un consultorio privado.
¿Y qué pasa en los aeropuertos?
Por diversas situaciones -que podría ser tema de otra entrada-, experimenté las escalas más largas de mi vida en media docena de aeropuertos en el extranjero. En todos ellos, el personal de limpieza cumple sus jornadas de manera silenciosa; mantiene todo en orden y realiza sus labores sin que los pasajeros tengamos que enterarnos de sus historias personales.
Después de la larga travesía que experimentamos mi esposo y yo, no fue necesario que alguien nos avisara que habíamos llegado a México: al entrar al baño del aeropuerto de la Ciudad de México, dos empleadas de la limpieza se quejaban amargamente de Sara, su supervisora. "Ya me tiene harta, siempre que llego me mira con esa formita tan despectiva; se siente la dueña de todo y apenas hace un par de meses, también limpiaba baños", le decía a su compañera, quien le secundaba con una letanía de quejas.
Me hubiera gustado quedarme para saber en qué acababa la historia, pero mi esposo estaba haciendo fila para presentarnos en Migración y salí rápidamente para incorporarme en la línea.
El proceso de revisión de pasaportes fue lento y a pesar de que estuve más de 20 minutos en la fila, ninguna de las dos empleadas salió del baño; no puedo asegurarlo, pero supongo que siguieron quejándose de su supervisora.
¿Problema cultural o falta de capacitación?
Como investigadora interesada en el estudio de los fenómenos comunicativos, considero que es una situación digna de analizarse.
Debe haber un componente cultural en esa forma de comunicarse en el trabajo, o mejor dicho, de considar que la comunicación en el trabajo es igual a la que corresponde al espacio privado, como la sala de su casa o en el café con sus amigas, pero también se evidencia la falta capacitación en todos los niveles -desde técnicos hasta especialistas-, para comunicarse como corresponde a cada espacio.
Hasta aquí solo he mencionado situaciones experimentadas u observadas con protagonistas mujeres, pero seguramente quien lee este texto habrá visto cómo, en diversos ámbitos -de la construcción, almacenes, centros comerciales, hospitales...- las escenas se repiten con personal masculino.
Todos platicamos con nuestros colegas y compañeros -y me incluyo en el grupo-; somos seres sociales, y para muchos, el trabajo es la única oportunidad de convivir con personas distintas a la familia. Me refiero a que cuando se trata de prestar un servicio al público -así se trate de una sola persona, como es el caso de un paciente odontológico o podológico, o una asesoría a un alumno (que es mi actividad más próxima a la atención individual a la que me refiero) deberíamos concentrar toda nuestra atención en nuestro cliente.
Platicar, sí, pero no cuando estamos brindando un servicio al cliente.
*Alma Elena Gutiérrez Leyton es doctora en Ciencias Políticas y Sociales con orientación en Comunicación, por la UNAM. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1. Profesora de tiempo completo de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Como consultora ofrece cursos de redacción y escritura terapéutica en organizaciones públicas y privadas. Musicoterapeuta certificada por el Instituto Mexicano de Musicoterapia Interdisciplinaria. Correo de contacto: agutierrezleyton@gmail.com
FOTO 1 Foto tomada de Clínica Podosalud
FOTO 2 Foto de Argentina trabaja